miércoles, 9 de marzo de 2011

Séptima fecha (08/03/2011)


Llegamos a la séptima fecha del taller con la idea de ampliar nuestra mirada hacia la obra de José María Arguedas. Si bien empezamos nuestras actividades leyendo fragmentos del extenso corpus de textos escritos, recopilados o traducidos por el amauta, ahora nos aventuramos hacia otros campos del pensamiento arguediano. Con ese espíritu es que decidimos abordar en esta oportunidad algunas variantes del cuento del Hijo del Oso, un personaje que aparece como protagonista de un gran número de relatos de la tradición oral quechua. Podemos encontrar un interesante artículo (en quechua) así como un ensayo (en español) sobre el Ukuku en el blog de Runasiminet, un portal universitario (PUCP) donde se pueden seguir lecciones de quechua en línea.

Antes de empezar la lectura de los cuentos, hacía falta realizar un par de aclaraciones respecto a los textos. La primera es que contábamos con la traducción al castellano de relatos recogidos en quechua, y la segunda es que los textos fueron recopilados en su forma oral. Por lo tanto, debemos tener en cuenta que estas narraciones que llegan a nuestras manos ya han pasado por lo menos ante dos procesos de interpretación: uno de transcripción y otro de traducción. Con esto en mente, leímos los cuentos prestando atención a aquellos rasgos de oralidad que se lograron conservar en el texto escrito.

A continuación copiamos la traducción en castellano de los tres cuentos. Las referencias bibliográficas se encuentran al final. También se puede acceder a la edición bilingüe (transcripción quechua y traducción castellana) mediante los siguientes enlaces:

Sipasmantawan ukukumantawan (El oso y la chica)
Ukuku uñamanta (El hijo del oso)
Jwan Puma (Juan Oso)

***

El oso y la chica[i]


Toribio Quispe Puma, comunidad de Sequeraccay (Calca, Cuzco)


Una vez estaba una chiquilla pastando ovejas en el campo. Por allí pasó un oso que se le acercó y empezó a conversar. Cada día se acostumbró a pasar y todas las veces le hablaba convenciéndola, seduciéndola.

El oso señalaba hacia donde vivía:

-Allá es mi casa -decía- Vamos a mi casa. ¿Acaso vas a ir caminado? Te voy a cargar. En mi casa vas a comer ¡pura carne! ya no vas a caminar pastando ovejas.

Tanto habló que logró engañarla y finalmente la muchacha le creyó. Entonces, la joven, convencida, se dejó cargar y el oso la trasladó hasta el barranco donde habitaba.

Ahí la fue criando. Cada día trajo carne. ¡Únicamente carne! ¡Mucha carne! La chica sólo comía carne de res.

Llegó un momento en que ella quedó embarazada y al tiempo tuvo un hijo. Y fue varón, el osito.

El padre continuó saliendo todos los días y trayendo carne. Contento, observando al niño, comentaba:

-Ya está creciendo el pequeño. Está creciendo rápidamente porque sólo come carne.

Pasó el tiempo. Una vez quedaron solos la madre y el osito por un largo rato, así que se pusieron a conversar:

-Tú tienes tu abuelito –contaba la mamá-. Vive por allá. Yo soy de allá -y señalaba a lo lejos-. ¿No quisieras conocerlo? ¿Cuándo podríamos visitarlo?

El niño oso se entusiasmó, pero cómo descender desde la altura en que vivían.

-Seguro no podríamos -reconoció triste la mamá.

Entonces el osito hizo la prueba de bajar y pudo hacerlo. Descendió con dificultad, pero lo logró. A partir de ese momento se puso a practicar. Todos los días mientras el padre se iba de cacería, el pequeño oso bajaba y subía varias veces por el barranco desarrollando cada vez mayor destreza.

En cuanto llegaba el papá con la carne, disimulaba. Todos comían y se iban a descansar.

Una vez, el oso fue a traer carne pero desde lejos. Partió para un viaje bien largo. Aprovechando la circunstancia, el osito dijo a su madre:

-¿No podríamos ir a visitar a mi abuelito?

-¡Sí! ¡Cómo me gustaría! -se alegró ella, pero de inmediato sobresaltándose-¿Y como bajaría el barranco?

-No hay problema, mamá. Como yo ya sé subir y bajar, yo te bajaré cargando.

-¡Cómo me vas a cargar! Tú eres un niño. Capaz me sueltas. ¡De repente nos caemos! -agregó ella intranquila.

-No nos vamos a caer -aseguró el chiquito-. Tú sube nomás a mi espalda. No tengas miedo.

Entonces, la mujer trepó a la espalda de su hijo. El chico descendió felizmente sin tropiezos. Al pisar nuevamente el camino, la madre apuró feliz al chiquillo:

-¡Ahora si! ¡Vamos donde tu abuelito!

Se echaron a andar presurosos y cuando ya habían recorrido una buena parte, la mujer empezó a angustiarse:

-De repente tu papá nos alcanza y nos mata!

-No nos va a hacer nada mi papá. Yo me encargo de él -prometió el hijo-. Y si es necesario ¡lo mato!

Y siguieron caminando. Pero la muchacha siempre mirando hacia atrás, esperando temerosa ver al oso.

-Tu padre es muy veloz corriendo, si nos persigue, seguro nos atrapa.

-No te preocupes. ¡Pelearé con el! -la calmó el osito-. Si en la pelea yo muero se levantará una polvareda negra; y si muere él, una polvareda roja.

Justamente en ese instante el oso había retornado a su cueva y encontrándola vacía se arrojó veloz por el mismo camino que ellos habían tomado. Corría y corría para darles alcance. Madre e hijo ya habían avanzado mucho, cada vez se acercaban más a la casa del abuelo. Cuando en eso, voltea ella a mirar y lo descubre desesperada:

-¡Allá viene! ¡Seguramente nos va a matar!

-¡No nos va a hacer nada! Ya te he dicho -insistió el chiquito- Yo lo esperaré aquí y tú ve a mirarnos de aquel cerro- le pidió.

Entonces se encontraron padre el hijo y pelaron. Largo rato se trenzaron en dura lucha, alborotando la tarde, hasta que todo quedó en silencio. En medio del camino, la madre vio levantarse una polvareda negra.

-¡Aaay! ¡Aaay! ¡Ha matado a mi hijo! -se desbordó en llanto-. ¡En vez de él, me hubiera matado a mí! ¡Aaay! –continuó su lamento.

Sin embargo, el chico estaba vivo, había vencido.

Acercándose a su madre, la consoló devolviéndole la alegría.

Y partieron. Cuando llegaron, el abuelo lloro de pena reconociendo a su hija:

-¿Dónde has estado? ¿Dónde? ¡Hasta tienes un hijo!

Pero como el viejo la quería, la recibió y de esta manera se enteró de todo lo sucedido. Y se quedaron a vivir con él. Pasó el tiempo. El pequeño iba creciendo, creciendo hasta que se hizo un chiquillo. El abuelo se preguntaba:

-¿Qué va a ser de este niño? ¡Y todavía es varón! No se puede quedar así nomás, hay que hacerlo estudiar.

Entonces, lo inscribieron en la escuela y allí estuvo el osito. Pero inmediatamente empezaron las dificultades porque era demasiado fuerte para el resto de niños. Cuando jugaba con sus compañeros era tosco, sin querer los maltrataba. De un solo golpe por poco los mataba.

Los vecinos, los padres de los alumnos, se quejaban ante el abuelo y su hija. ¡Cuantos problemas tuvieron que afrontar! De modo que lo sacaron de la escuela y prefirieron mandarlo a pastar ganado lejos de los otros chicos.

Sin embargo, continuaron sus penurias porque para arrear a los animales les tiraba piedras, como cualquier otro pastor, pero lo hacía con tal fuerza que mataba ovejas, hasta a las vacas les hizo lo mismo.

La madre y el abuelo se encolerizaron:

-¿Qué haremos con este muchacho? ¿En qué otros líos nos va a meter?

-¿Cómo vamos a seguir así? Sólo daños sabe hacer. ¡Mejor lo mataremos!

Entonces le pidieron que tocara la campana y para eso tuvo que subir a la torre de la iglesia. Lo mandaron acompañado de un hombre. En eso que estaba tocando, el otro se acercó por detrás y lo empujó. Pero el muchacho logró sujetarse, se cogió fuertemente y no cayó. Más bien el que lo había empujado, con el impulso perdió el equilibrio y cayendo desde la altura, se mató.

Nuevamente la madre se angustió:

-¿Qué haremos con este chico si ni siquiera en la torre ha muerto? Mejor lo mandaremos por leña a la montaña, a ver si allí se lo come algún animal.

Y lo despidieron. Partió a la selva acompañado de un burro. Llegando, amarró a la bestia y se puso de inmediato a cortar leña. Mientras trabajaba, el jaguar y el tigre se comieron al burrito, de modo que al regresar ya no lo encontró. Viendo al jaguar y al tigre los amenazó:

-¡Carajo! ¿Cómo se han atrevido a comer mi burro? –y atrapándolos, los había domesticado.

Al amansarlos pudo cargar la leña sobre ellos y los arreó de regreso a casa. Allí explicó a su madre:

-Mamá, estos devoraron mi burro, por eso en ellos te estoy trayendo la leña.

La mujer no supo qué hacer; Buscó al abuelo y ambos comentaban:

-¡Ni siquiera en la selva han podido con él los animales!

-¿Qué haremos ahora si vuelve a hacer daños?

-¿Cómo vamos a matarlo?

Justo estaban en estas conversaciones, cuando un hombre que pasaba por el pueblo trajo noticias estremecedoras: En otra comunidad había aparecido un “condenado”; uno de esos espíritus pecadores que Dios hace regresar en cuerpo y alma para que pida perdón y alguien le haga pagar por sus pecados. El condenado se estaba comiendo a la gente. Nadie podía detenerlo. Todo el mundo tenía miedo. Estaban aterrados.

Entonces el joven oso pensó:

-Yo voy a ir a ese sitio. Yo voy a matar al condenado.

De inmediato emprendió el viaje. Preguntando, preguntando llegó al lugar.

-¿Dónde se esconde ese condenado que esta comiéndose a la gente? -averiguó.

Y le señalaron atemorizados: “En aquel pueblo”.

Se dirigió hacia allá, pero todo se veía desierto, abandonado. Buscó de casa en casa, hasta que efectivamente se topó con un condenado. Lo encontró tomando su “lawa”, una sopa bien espesa. Al verlo entrar, el condenado resopló:

-¿A qué has venido? ¡Ahorita te voy a comer! -y diciendo esto se abalanzó sobre el muchacho. Se dieron duro. Al final, con las justas, el joven llegó a vencerlo y lo mató.

En ese momento, el espíritu del condenado se convirtió en una paloma blanca que se alejó volando.

Entonces, el mozo comenzó a llamar a los del pueblo:

-¡Vengan! ¡No tengan miedo! ¡He matado a1 condenado que se los comía!

Se fueron acercando uno a uno, todavía un poco temerosos. Cuando estuvieron todos reunidos, la gente lo abrazó feliz, agradeciéndole. Y se quedó a vivir allí.

El hacendado del pueblo tenía una hija muy bonita y llegó a casarse con ella. Y así vivió como un rey que ordenaba todo.


***


El hijo del oso[ii]


Santos Pacco Ccama, comunidad de Usi (Quispicanqui, Cuzco)


Dicen que un oso se llevó a una chica a su gruta. Ella vivió allí mucho tiempo encerrada hasta que tuvo un hijo oso. Pasó así mucho, mucho tiempo. El hijo ya era fuerte y grandecito cuando, un día, le preguntó a su madre:

-Mamá, ¿dónde está tu casa? ¡Vayámonos de aquí!

Entonces la mujer le señaló al oso el cerro de enfrente y le dijo:

-Trae aquella vaca, la vamos a comer.

El oso se fue. La mujer esperó un momento a que se alejara y se escaparon. La gruta estaba cerrada con una roca grande pero el osito la abrió de un empujón.

Ya debían estar lejos cuando el oso grande los alcanzó. Le propusieron que fuera con ellos a vivir al pueblo.

Hicieron un puente arrancando gruesas ramas de los árboles y cruzaron el río.

Primero lo dejaron pasar al padre oso. El hijo venía detrás. Entonces, cuando llegó a la mitad del río, agarró a su padre y lo empujó al agua. El río se lo llevó.

El hijo y su madre llegaron solos al pueblo de éste. Ella lo llevó a su casa. Pero el niño crecía mucho. El chiquillo crecía y crecía rápido. El cura se había hecho su padrino. Apenas bautizado lo puso en la escuela.

Pero el niño mató a varios muchachos jugando canicas. Entonces la madre lo entregó a su compadre el cura quien, en adelante, se hizo cargo del niño.

Un día el cura les dijo a unos hombres:

-Cuando vaya a tocar las campanas, ustedes lo empujarán.

Y le ordenó al muchacho que subiera a la torre a tocar las

campanas.

Pero en el momento en que los hombres iban a empujarla, el hijo del

oso los agarró y los echó abajo como si fueran sapos. Luego le dijo al cura:

-No sé pues, padre, sentí como moscas que me estaban fastidiando, entonces los boté uno tras otro.

Esos hombres murieron al instante. Es que el hijo del oso era muy fuerte.

Después de eso, el cura buscó otra solución. Juntó algunas mulas viejas y le dijo al osito:

-Anda a recoger leña a la montaña.

El hijo del oso pidió que le preparara un fiambre. El cura se lo hizo y ordenó que les pusieran campanillas a las mulas. Pero le trajo mulas y caballos viejos e inútiles.

Tenía la esperanza de que algún animal lo devorara en la montaña.

El hijo del oso se fue pero las mulas desfallecieron en el camino. Entonces el hijo del oso las cargó hasta la montaña. Allí las soltó y mientras pacían fue a recoger leña.

Cuando terminó y fue a juntar las mulas, ya no quedaba ninguna. Las fieras las habían devorado a todas. Entonces fue a juntar a los osos, a los tigres y a las otras fieras, cargó la leña encima de ellos, les colgó las campanillas y ¡zas! los llevó ante el cura.

-¿Por qué has hecho esto? -le preguntó el cura.

-Padre, se habían comido nuestras mulas. -contestó inocentemente el hijo del oso.

-Apúrate, Ilévalas enseguida adonde las has encontrado. -le ordenó el cura.

Entonces el hijo del oso las llevó a la entrada del pueblo y las echó

de ahí a latigazos.

El hijo del oso seguía viviendo ahí. Un día, el cura se enteró de que en otro pueblo un condenado estaba devorando a la gente y estaba a punto de acabar con todos sus habitantes. Entonces le ordenó al hijo del oso que fuera a ese pueblo. Éste le pidió:

-Padre, mándame hacer un muñeco de madera.

El cura se lo mandó hacer y le dio un hombre como ayudante. Le preparó su fiambre y el hijo del oso se fue a ese pueblo. Y en efecto, un condenado había acabado con todo el pueblo y había devorado a toda la gente. El hijo del oso llegó, tocó una puerta y nada, otra puerta y nada.

Tocó otra puerto todavía y ahí encontró a una señorita, la única persona que quedaba en el pueblo. Esa señorita lo hizo entrar. Le habrá preparado de comer, no sé.

Más tarde, al anochecer, el osito fue a la iglesia a tocar las campanas. En eso el condenado lo atacó. Pelearon duro. Por momentos el condenado estaba por ganar pero luego el hijo del oso lo hacía retroceder al condenado. Mientras el hijo del oso descansaba, peleaba el muñeco de madera. Después de un breve descanso, el osito volvía a la pelea.

Cuando por fin el gallo cantó, el condenado dijo:

-Tú vas a ser mi salvador, me vas a matar, por lo tanto te entrego estas llaves.

Y se las dejó al hijo del oso. Al rayar el alba éste mató al condenado. Luego lo habrá enterrado, no sé. Regresó al pueblo de su madre y los llevó a ella y al cura a su nuevo pueblo donde se quedaron a vivir. Ahí termina el cuento.


***


Juan Oso[iii]


(?) Patricio Góñaz Mas, Quinjalca. (Chachapoyas, Amazonas)


Voy a contarles un cuento sobre algo que pasó en los tiempos antiguos. En esta vida no podemos decir si se trata de algo cierto o no. Pero les voy a contar el cuento.

Dicen que, en los tiempos antiguos, un oso vivía con una cristiana, con una mujer.

Mientras andaba viviendo así, sucedió que la mujer quedó embarazada. Al nacer su hijo, dicen que el oso se arrepintió. Se preguntó cómo él, siendo animal, podría criarlo. Pero, como era valiente y orgulloso, reconoció a su hijo.

Su hijito andaba creciendo y por ser animal del monte, era atrevido e incorrompido, según dicen. No hacía caso ni a su madre ni a su padre. Al castigarlo su padre dos veces, le obedeció. Pero, cuando estuvo un poco más grande, se colgó al cuello de su padre. Se empujaron el uno contra el otro. Después de eso, su padre lo dejó en libertad.

Y el muchacho era tan atrevido que, según dicen , se metía en todas partes, en todas partes. Mataba de un solo golpe a quien lo fastidiaba. Era tan terrible que las autoridades le prohibieron comportarse de esa manera. Y mató al gobernador diciéndole:

“¿Por qué te metes?”.

Así lo dejaron tranquilo.

Y el muchacho tenía la maña de subirse a la torre de la iglesia para tocar las campanas. Tenía este defecto de ir a jugar allí. Era tan liso que amedrentó a las autoridades que decían:

“No podemos impedirle que haga eso. Lo mejor es asustarlo. Vamos a poner a un hombre en la entrada de la escalera que sube a la torre, un hombre amortajado como un cadáver.

“¡Es la única manera de asustarlo!”

En efecto, el muchacho volvió a ir a la torre para jugar en el campanario. De repente, ¡paj! lo encontró. En la escalera de la torre yacía un hombre. El cadáver de un hombre amortajado yacía allí.

Llegó, se detuvo, le dijo: “¡Quítate para que pase!”.

El otro, que yacía como un muerto, no le contestó. Cuando le dijo: “¡Quítate para que pase”, todo permaneció en silencio.

Lo hizo rodar hacia un lado, hacia abajo, y luego subió al campanario. El hombre se quedó tirado allí. El muchacho tocó la campana hasta hartarse.

Desde arriba, el oso tuvo ganas de orinar. Entonces, dijo: “¡A ver, si está vivo o muerto!”. Y cuando le orinó... y cuando le orinó en la cabeza, el otro se incomodó. ¡Wiss! se movió.

Cuando el cadáver se movió a fin de evitar la orina del oso, éste se puso alerta: “Ah, te veo; ¡parece que no estás muerto!”, le dijo. Llegando al lado del cadáver, le dijo: “¿Estás vivo o muerto?”.

Dicen que ¡wiss! se movió.

“Ah, entonces, ¡no estás muerto!”, le dijo, y ¡chang! le dio un golpe y también a éste lo mató.

Y al seguir comportándose de esa manera, se topó con su padre en una ocasión en que éste había regresado a casa de su madre. Entonces, le dijo a su padre: “Ahora, ¡o tú o yo vamos a morir!”.

Su padre, como era un oso astuto, a fin de dominarlo, hizo rodar una piedra enorme hacia el interior de la cueva y, así, la tapó. Y el muchachito agarró sin esfuerzo la piedra y ¡kwip! la tiró contra su padre y lo mató. Y él mismo siguió con vida.

Siguió siendo tan valiente y orgulloso y de un comportamiento tan lisito. Por eso, las autoridades lo enviaron como mensajero a una pascana. Mientras dormía, oyó una voz que decía: “Caeré”. Como la voz seguía repitiendo: “Caeré caeré”, al oso le dio rabia.

“¿Quién eres”, dijo. No contestó nada.

Mientras que la voz que le perseguía diciendo: “Caeré, caeré” se aproximaba, al final, el oso le dijo: “¡Cállate de una vez!”. ¡Shalalal! cayeron al suelo una gran cantidad de huesos.

Acordándose de la rabia que la voz le había causado, se puso a golpear todos los huesos que habían caído.

Cuando acabó de reducirlos a polvo, se transformaron en un cuerpo humano enterito. Entonces, sacando una barra de hierro, con ella quebró el cuerpo y lo tiró.

Entonces, salió una palomita y el cuerpo humano se fue al cielo.

Así, se salvó de ese mal paso. Ya no mató al hombre. Se cuenta que al morir no siguieron en ese sitio.

***


[i] Granadino, Cecilia. Cuentos de nuestros abuelos quechuas. Recuperando la tradición oral. WASAPAY, Lima 1993.

[ii] Itier, César. Karu ñankunapi. 40 cuentos en quechua y castellano de la Comunidad de Usi (Quispicanqui- Cuzco). CBC, IFEA Cuzco 2004.

[iii] Taylor, Gerald. La tradición oral quechua de Chachapoyas. IFEA, Lima 1996.

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